El antibiograma es la herramienta fundamental que disponemos para ayudar a iniciar un tratamiento antibiótico dirigido, o más frecuentemente, para guiar la transición de un tratamiento empírico a uno dirigido.
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Si se analiza en detalle, el antibiograma es una forma muy eficiente de resumir un montón de experimentos in vitro (tantos como antibióticos evaluados) que pretenden medir la actividad antibacteriana de diversos fármacos en la bacteria que está, presumiblemente, causando una infección. Sin embargo, con frecuencia parece que se nos olvida que el objetivo final del antibiograma es ayudar al prescrito a tomar las mejores decisiones terapéuticas.
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Teniendo en cuenta que el grado de conocimiento/motivación del prescriptor (destinatario final del antibiograma) es muy variable y que las decisiones humanas no son siempre racionales (uno de nuestros libros de cabecera es «Thinking Fast and Slow«, de Daniel Kahneman) ¿sirve para guiar adecuadamente las decisiones de tratamiento antibiótico? Paradójicamente este es un aspecto demasiado poco explorado desde esta perspectiva: cómo influye el antibiograma en la toma de decisiones por parte del prescriptor.
Por eso os proponemos una pequeña prueba en dos etapas. Consiste en la evaluación de tres casos clínicos muy cortos (viñetas) en los que se dispone de un antibiograma guiar el tratamiento. Como decimos, los tres casos se presentarán dos veces (con una separación aproximada de una semana), con antibiogramas algo distintos. Lo que queremos es que respondáis no lo que creéis que se debe hacer, sino lo que creéis que haríais en la vida real (tu urgencia, tu planta, tu consulta). Es rápido, sencillo y por supuesto, anónimo. Si os animáis (¡vamos, vamos!), esta (hacer click aquí) es la primera de las dos tandas.